Hola amigos, un año más se acerca el momento de reencontrarme con la AVENTURA. Salvo imprevistos, y si todo sale bien, en fechas próximas comenzaré lo que supone mi 8º viaje al continente americano. En esta ocasión hay dos novedades importantes, ya que por vez primera viajaré con una moto propia, y además también supondrá mi estreno con países que no he visitado anteriormente, como Ecuador, Colombia, Venezuela y todo Centroamérica. No es un itinerario “cerrado”, ya que el propio viaje será el que me vaya diciendo hasta dónde y cómo podré subir por el mapa. Lo que sí parece probable es que viviré muchas complicaciones… Espero completar con éxito mi paso por Panamá, Guatemala, El Salvador, Belice… así hasta 12 países.
Por muchos años que pasen y muchos viajes que uno haga, cuando se acerca el momento de partir siempre siento el cosquilleo y la adrenalina a flor de piel. Este año tengo especial ilusión en comprobar hasta dónde será capaz de llevarme la “abuela”, una Honda Transalp de 600 cc con 22 años a sus espaldas, a la que he puesto “guapa” para la ocasión. Espero que Margarita me dé fuerzas y muchas alegrías durante los dos meses que calculo necesarios para completar la ruta prevista.
Quería aprovechar la ocasión para agradeceros a todas las personas que me escribís, no solo desde España, sino también desde el otro lado del charco, donde tantos buenos amigos he ido haciendo a lo largo de los años, por vuestros mensajes de ánimo y vuestras felicitaciones en torno a la página web. Siempre he pensado que a todos los compañeros y amantes de la moto les puede resultar útil mis experiencias, tal como a mí me ha ocurrido con otros motoviajeros.
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Estimados amigos, mi aventura ha empezado y aunque aún no puedo contaros muchas cosas porque estoy recién llegado a Lima, agradezco a www.mariskalrock.com sus primeras palabras de ánimo. Como en años anteriores, Vicente Romero y su equipo están muy pendientes de mi viaje, realizando un fantástico seguimiento en su sección ROCK&MOTO. Gracias amigos!!!
Permaneced atentos a las novedades que vayan produciéndose con la aventura que acaba de empezar. Un abrazo a todos y hasta muy pronto…
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(ACTUALIZADO 29.01.2013)-> Este viaje ha sido muy distinto a todos los anteriores, por muchas y muy diversas razones. En cuanto a la moto, porque era la primera vez que llevaba mi propio vehículo, y no uno alquilado, lo cual ha tenido sus ventajas, pero también sus desventajas -siempre relacionado con los trámites fronterizos-. Además, nunca antes había dejado la moto en un punto distinto al de inicio; ya que la salida y la llegada siempre se producía en Buenos Aires. En esta ocasión, el objetivo era recorrer Centroamérica, partiendo de Lima (Perú). Recorrer… o correr, que así podría decirse, ya que ha sido como una carrera de obstáculos permanente.
El viaje comenzó con muchas complicaciones, ya que necesité varios días e infinitas gestiones para poder sacar a Margarita (en este caso mi Honda Transalp 600 del año 90) del puerto de Callao (Lima), tras haberla enviado por barco casi un mes antes. Después de muchos tiras y aflojas, por fin conseguí recuperarla para poner el pistoletazo de salida a este nuevo “paseo”.
El primer destino importante es Trujillo, ciudad que conocí en 2008. Allí me reencontré con la familia Cardozo, unas personas fabulosas que siempre me han brindado su amistad y hospitalidad. Todavía en Perú, me dirijo al paso internacional de La Balsa para entrar a Ecuador. Se trata de un acceso poco frecuentado y, por consiguiente, algo difícil. Mucha lluvia, caminos en mal estado, muchos corrimientos de tierra en las montañas… Esta es la bienvenida que brinda Ecuador, sin duda, el país que más me gustado este año. Así que los primeros kilómetros transcurren en soledad, rodeado durante dos o tres días de selva, volcanes y agua. En zonas así, tanto si uno quiere como si no, se ve obligado a levantar la moto en innumerables ocasiones, un ejercicio que desgasta físicamente y que obliga a no perder la calma, ya que se trata de una constante en el camino. Lo importante es procurar no hacerse daño y que la moto no sufra daños de importancia. Como es lógico, los depósitos de combustible adicionales que este año llevaba instalados en las defensas de la moto, te sacan muchas veces de un buen apuro, ya que evidentemente no resulta fácil encontrar combustible en lugares así.
De Ecuador me han gustado muchas cosas: del interior, toda la zona montañosa, y en concreto el imponente Cotopaxi; también, como no podía ser de otro modo, la “mitad del mundo”, el punto geográfico que divide nuestro planeta en dos hemisferios. Pero también me han enganchado sus gentes, por su calidad humana y su generosidad. Sin lugar a dudas, es lo mejor que me llevo del viaje.
Entramos en Colombia, en concreto, San Juan de Pastos, donde me reúno con mi gran amigo Álvaro Nieto y su familia. Después de dos días con ellos, recordando viejas aventuras y alguna que otra desventura, pongo rumbo hacia la mítica Ruta del Café. Postales de anuncio e imágenes impresionantes durante casi 500 km, ahí es nada. Ya en Cali visito toda la zona, de allí a Medellín y a Bogotá, donde me reencuentro con mi amigo Chema, de la empresa ACRE. A pesar de la tormenta monumental que cayó esa noche, tuvimos una cena fabulosa y una charla aún mejor. ¡Gracias a los amigos de ACRE por todo su apoyo!
Aún en Colombia, y con mucha lentitud por las contínuas obras en las carreteras del noreste, alcanzo Pamplona y Toledo, dos ciudades con un innegable aire español en su denominación. Y de allí a Cúcuta, para entrar en Venezuela. O mejor dicho, para intentarlo. Porque solo pude conocer los 20 primeros kilómetros de este precioso país. ¿La razón? Los funcionarios de turno que debían permitirme el acceso al país, me hicieron literalmente la vida imposible. Lo intenté durante 4 días, y a pesar de tener toda la documentación en regla, no hubo manera… En fin, ya me entendéis. Toda una odisea y a la vez un fastidio tremendo, ya que cuando uno prepara un viaje, lo hace principalmente porque sabe que en muchas partes va a encontrar gente estupenda. Por culpa de estos funcionarios ineptos y corruptos, yo me perdí a mucha gente estupenda y muchos lugares fascinantes de Venezuela, un país que tenía muchas ganas de conocer, y que de hecho, iba a ocupar el mayor número de días en mi viaje (pensaba estar unos 15 días). Evidentemente no estoy generalizando, ya que hay muchas personas que hacen bien y honestamente su trabajo. Pero cuando uno se topa con manzanas podridas… en fin, pues eso.
“Con el rabo entre las patas” no me queda más remedio que sacar como buenamente puedo a mi “chica” y salir zumbando hacia Cartagena de Indias. Bromas aparte, todavía no sé cómo lo logré… pero bueno, a veces toca jugarse un poco el tipo y acelerar sin mirar atrás, sobre todo cuando los que están atrás tienen armas… Mucha gente, a mi regreso, me ha preguntado si ha resultado peligroso este viaje por Centroamérica. Y la respuesta es NO. La delincuencia, la marginalidad, los asaltos o el empleo de las armas no es algo que haya sentido a mi alrededor. Evidentemente lo hay, pero como siempre ocurre, la generosidad, humildad y la bondad de las personas que me he encontrado en el camino superan con creces a todo lo demás. No me he sentido inseguro en ningún momento, salvo cuando tuve que lidiar con la situación de la frontera Venezolana, como ya os he contado.
Bien, sigamos con el relato… Estábamos por Cartagena de Indias… Y allí surge una gran incógnita… ¿dónde, cómo y cuándo pasar la moto a Panamá? Por vía terrestre es imposible, no hay conexión alguna. Por tanto… descartada la opción por aire, solo queda hacerlo por mar. Esto de subir la moto a un barco es algo que me resulta familiar… me ha tocado rezar el Rosario más de una y más de dos veces, encomendándome a lo más alto para que la moto no se convirtiera en un pez de hierro. Subir entre varias personas, a pulso, los casi 300 kilos que pesa Margarita no es tarea fácil, y siempre es una peripecia divertida pero a la vez acongojante. En este caso, el capitán era un canadiense aficionado al Vodka -y no al ron-, que se pasaba el día entero cantando “Asturias, patria querida” en inglis pitinglis, y yo, a todo esto, con un mareo de tres pares de narices. Entre que no entiendo ni papa de inglés, y que el buen hombre se pasaba dormitando y con un cogorza de impresión, aún no sé cómo en lugar de aparecer en un islote de Panamá, no llegamos a Lisboa. Solo sé que la previsión era de 3 días; el capitán necesitó 5 para encontrar tierra. Al final… como siempre digo, todo sale bien.
Como dos auténticos náufragos que alcanzan la salvación, desembarcamos en Puerto Bello, un nombre que hace justicia al lugar. Os recuerdo que estamos en el Caribe, a donde tantos y tantos recién casados llegan para disfrutar de una luna de miel idílica. Tan solo en este trayecto encontramos 365 islas, las Islas de San Blas.
Con la moto sana, salva y algo oxidada por los días de navegación -y no es ningún chiste-, enfilo Colón y Panamá capital, donde rápidamente me encuentro con una de las obras de ingeniería más alucinantes del mundo, el celebérrimo Canal de Panamá. El funcionamiento de las esclusas es toda una atracción turística que deja a uno boquiabierto.
Entro en Costa Rica, atraído por sus frondosas selvas tropicales y sus paradíacas playas. Por todos es bien conocido la riqueza de fauna y flora de este pequeño pero encantador país. Y es en este entorno donde paso la Nochebuena de 2012, concretamente en Jacó, un bonito pueblo en la costa del Pacífico, controlado turísticamente por los norteamericanos. En San José toca revisión de moto: cambio de neumáticos, aceite, filtros, etc. Una forma de poner guapa a la nena para las Navidades.
Ya en Nicaragua, paso la primera noche en Rivas, muy cerquita del enorme Lago Nicaragua. De hecho, me adentro en la isla Ometepe, que cuenta con dos volcanes activos en su interior, el Concepción y el Maderas. No dejarán nunca de sorprenderme ciertas imágenes, como ver jugar a un grupo de chavales un partido de fútbol, con una cortina de humo emanando de un volcán justo a sus espaldas.
Mi paso por Nicaragua ha sido breve, y aunque he atravesado el país de sur a norte, toda la zona atlántica la he dejado sin explorar, ya que aún me quedaban muchos países y el tiempo se iba agotando. Es por ello que dejo atrás Managua, la capital, y sello mi pasaporte en Honduras. Quise entrar a El Salvador, pero tenía que desviarme tanto que ya no pude retrasarme, puesto que además las contínuas y copiosas lluvias lo desaconsejaban.
Bordeando Tegucigalpa, alcanzo la zona norte en La Ceiba, San Pedro Sula y duermo en Copán, donde visito las ruinas arquelógicas mayas. De ahí, a Guatemala, por la parte oriental hasta San Benito, atravesando varias reservas y parques nacionales. Dada la proximidad a Belize, entro en este país, “para que no me lo cuenten”. Más y más playas infinitas… pero como soy alérgico a las cremitas y al vuelta y vuelta, yo a lo mío, que es embarrarme con la moto por esos caminos perdidos de Dios… Caminos que en este caso me condujeron hasta México, el país donde debía dejar a buen recaudo a Margarita.
Playa del Carmen, Cancún, Valladolid y Mérida -ciudades muy recomendables, no solo las de la Península Ibérica-, Campeche, Coatzacoalcos, Veracruz… un idílico paseo con el mar de acompañante, que dejé atrás para adentrarme en las tierras del interior, en busca de la capital. Tras un buen susto en Heroica Puebla de Zaragoza, donde estoy a punto de caerme a consecuencia de un alcantarillado sin tapa -las roban para venderlas posteriormente-, alcanzo felizmente México DF, donde no me faltan amigos que desean ayudarme para dejar la moto en buenas manos.
Debo decir que una de las cosas más gratificantes de este tipo de viajes es encontrar a gente que desinteresadamente se desviven por ayudar, y aquí incluyo a muchos y muchas policías, militares, pero también a gente “normal y corriente”, que a pesar de su humildad y en bastantes ocasiones, incluso de sus necesidades, lo dan todo demostrando que son mucho más ricos que nosotros, que creemos tenerlo todo. Gracias a Francisco, Pedro, Álvaro, Diana, Guadalupe Ana María, Cupi Dar, Salomón, Juan Carlos… y un larguísimo etcétera. Todos ellos me han hecho mucho más fáciles las cosas. Todos ellos me han regalado su amistad. Todos ellos han hecho posible que ya tenga nuevamente las pilas cargadas para retomar el viaje que, si todo sale bien, debe llevarme hasta Alaska. Mientras tanto, gracias por seguir mis pasos y por todos los mensajes de ánimo que he recibido en estos últimos meses.