Hola amigos! Por fin ha dado comienzo nuestra gran aventura y, aunque cansados, hemos completado con creces las expectativas que nos habíamos marcado para el primer día de viaje. De hecho, y a pesar de no haber podido dormir durante el vuelo -toda la noche, en total 12 horas-, a las 7 AM hora local argentina hemos abandonado el aeropuerto para ir al encuentro con nuestras “chicas”, que estaban flamantes y esperando nuestra llegada. Como siempre, mil gracias a Mariano Calderón y a toda la gente de Motocare por su fantástico trabajo de preparación y puesta a punto. Sin tiempo que perder, hemos dejado atrás la capital por la ruta 8. La primera anécdota no ha tardado en producirse, y unos amigables aficionados a las Harleys Davidson nos han hecho todo un guiño cómplice al abonarnos el peaje de la autopista por la que circulábamos. Ni tan siquiera ha habido tiempo de un siempre agradable intercambio de palabras. Simplemente uno de ellos estaba dando paso al resto de sus compañeros, ha mirado atrás, nos ha visto y… nos ha metido como si fuéramos del grupo. Qué buen rollo! Os contamos que hemos superado el kilometraje previsto para el primer día; íbamos bien de tiempo, estábamos fuertes, el día acompañaba y no había motivos para no acortar terreno con respecto a Córdoba, nuestro próximo destino. Un abrazo a todos los que nos seguís, especialmente a familiares y amigos! Esperamos escribiros muy pronto. Quique y Javier.
Hola amigos! Por fin ha dado comienzo nuestra gran aventura y, aunque cansados, hemos completado con creces las expectativas que nos habíamos marcado para el primer día de viaje. De hecho, y a pesar de no haber podido dormir durante el vuelo -toda la noche, en total 12 horas-, a las 7 AM hora local argentina hemos abandonado el aeropuerto para ir al encuentro con nuestras “chicas”, que estaban flamantes y esperando nuestra llegada. Como siempre, mil gracias a Mariano Calderón y a toda la gente de Motocare por su fantástico trabajo de preparación y puesta a punto.
Sin tiempo que perder, hemos dejado atrás la capital por la ruta 8. La primera anécdota no ha tardado en producirse, y unos amigables aficionados a las Harleys Davidson nos han hecho todo un guiño cómplice al abonarnos el peaje de la autopista por la que circulábamos. Ni tan siquiera ha habido tiempo de un siempre agradable intercambio de palabras. Simplemente uno de ellos estaba dando paso al resto de sus compañeros, ha mirado atrás, nos ha visto y… nos ha metido como si fuéramos del grupo. Qué buen rollo!
Os contamos que hemos superado el kilometraje previsto para el primer día; íbamos bien de tiempo, estábamos fuertes, el día acompañaba y no había motivos para no acortar terreno con respecto a Córdoba, nuestro próximo destino.
Por fin sacamos un hueco para poder escribiros novedades. Os tenemos que contar que la primera noche la pasamos en La Carlota, en el Hotel El Indio (lo prometido es deuda Ernesto!). Allí transcurrió la primera anécdota, ya que a pesar de ser un pueblo pequeño y tener pocos huéspedes el hotel, dio la casualidad de que esa misma mañana desayunamos con otro… Javier Pérez! Qué coincidencia, verdad?
Salimos temprano hacia Río Cuarto. A partir de este momento el paisaje se transforma. Atrás quedan los kilómetros y kilómetros de planicie, siempre con el mismo grupo de árboles en el horizonte lateral, con las mismas aves rapaces sobrevolando el cielo, como si en realidad no hubiéramos avanzado nada. Pero sí, hemos avanzado, y a través de Papagayo, Merlo y Villa Dolores enfilamos la ruta de las Altas Cumbres desde Mina Clavero hasta Villa Carlos Paz. Ya en Córdoba, visitamos a los padres de nuestro amigo Jorge Hanssen. Nuestra gratitud para Carlos e Ivana por su cariño y hospitalidad. Como somos “culos inquietos” y aún teníamos horas de luz, continuamos rumbo norte hacia Cruz del Eje, aunque solo pudimos llegar a Valle Hermoso ya que la noche se echó encima.
A la mañana siguiente, como de costumbre muy temprano, desayuno fuerte y carretera y manta. Por delante nos quedaban los 600 kilómetros más aburridos pero mejor aprovechados de todo el viaje. Se trataba de reunirnos con Juan Ignacio Molina, que como siempre lo dejó todo para atendernos y hacernos sentir como en casa. Querido Juan Ignacio, aunque ya te lo dijimos en persona, te deseamos lo mejor para ti y para tu esposa, y ya sabéis que en Toledo nos tenéis para lo que necesitéis. Siempre. Aquí en San Miguel de Tucumán reside D. Víctor Martín, un sacerdote sonsecano que es muy querido en Yerba Buena. Estuvimos con él y compartimos una agradable charla. Cómo se agradece encontrar a gente buena que, además, te carga de energía con sus sonrisas.
Y empieza lo bueno. Abandonamos Tucumán para adentrarnos en las primeras imponentes montañas. Y lo hacemos por Tafí del Valle y Amaicha. El descenso de las temperaturas y el ascenso del altímetro nos indican que empezamos a escalar con nuestras motos. Siempre protegidos por un clima magnífico y un comportamiento extraordinario de nuestras monturas. Eso sí, como todos nosotros, necesitan alimento. Algo que escasea en algunas zonas de Argentina, como pudimos comprobar al agotar el depósito de combustible en Cafayate. El numerito con los empleados de la Estación de Servicio para conseguir un bidón de nafta no tiene desperdicio, y bien parecería un sketch imposible de Gila. Al final, y gracias a las argucias de Javi (esto lo digo yo, Quique), vaya que si conseguimos combustible! Apareció una primera garrafa semivacía, que era como la zanahoria para el borrico. Estaba claro que siguiéndola habría premio. Javi tuvo que ser pesado y tirar de todos sus recursos, pero la segunda garrafa apareció de la nada. 15 litros, toma castañas! Nos salvó el pellejo, literal. Para colmo, fue el repostaje más barato del viaje!!! Nos costó 60 pesos y una camiseta vieja.
Con nuestros flamantes depósitos llenados hasta la boca, y un bidón adicional de generosas dimensiones, ya sin miedo nos adentramos en la Quebrada de las Conchas. Y toca ponerse serios, porque el espectáculo geológico que ofrecen estos parajes son absolutamente indescriptibles. Montañas erosionadas con miles de formas y colores conforman un lienzo apabullante que nos dejó boquiabiertos. Pero no había tiempo para recrearnos en exceso, ya que el itinerario previsto era altamente exigente. Y lo cumplimos, pero no con pocos esfuerzos. Antes de llegar a Salta, existe un desvío que conduce al solitario y polvoriento pueblo de San Antonio de los Cobres. La ruta incluye ripio, cruce de arroyos, largas distancias sin gasolineras ni poblaciones y… frío, mucho frío. No en bano, alcanzamos el paso de Abra Blanca, a 4.080 msnma, y felizmente el antiguo pueblo minero perdido en el mapa, con un viento y un frío espantosos. Gracias a la cálida y confortable Hostería de las Nubes resolvimos la difícil papeleta que teníamos con la noche ya encima.
Y de un pueblo polvoriento y solitario a otro: San Pedro de Atacama (Chile). Con ciertas reservas pero cargados de convicción pusimos rumbo al aislado paso de Sico, sin saber exactamente qué nos depararía el largo día. Después de casi 350 km de baches, piedras, polvo y aislamiento, alcanzamos el final de este sueño hecho paisaje. Las cumbres nevadas, con valles de miles de tonalidades, lagunas verdeazuladas, flamencos rosados y nubes blancas como la nata recortándose sobre un limpio e intenso cielo azul han hecho que esta jornada sea una delicia para los sentidos. Eso sí, esfuerzo físico a tope y siempre confiando en la buena suerte, ya que cualquier imprevisto en mitad de estos páramos desérticos podrían acarrear más de un problema…
De nuevo con vosotros!!! Son las 2 de la madrugada, pero el esfuerzo bien merece la pena, ya que sabemos que seguís a través de internet nuestras muchas aventuras y pocas desventuras por tierras del cono sur. Después de alcanzar en Atacama el punto más septentrional de nuestro viaje -y, por ende, también el más alejado de Ushuaia-, regresamos nuevamente a Argentina por el paso de Jama, rodeados permanentemente por volcanes. De camino a Purmamarca nos topamos con una nutrida expedición de Harleys Davidson, con las que intercambiamos adelantamientos, saludos y kilómetros de ruta en común. Finalmente decidimos ascender ligeramente por la Quebrada de Humahuaca y pasamos la noche en Tilcara, lugar donde podíamos acometer la siempre difícil tarea de alimentar a nuestras monturas.
El fin de semana para nosotros ha estado movidito, ya que el sábado bajamos por Jujuy y Salta hasta la inalcanzable ruta 40, atravesando sin titubeos la bellísima Cuesta del Obispo, un angosto paso entre montañas nobles que nos permitió alcanzar Cachi, en pleno corazón de los Valles Calchaquíes. Para que os hagáis una idea, dormimos a escasos kilómetros del Nevado de Cachi, una mole que se levanta victoriosa 6.380 msnm. Ahí es nada. A la mañana siguiente, decidimos regresar por nuestros pasos, ya que el descenso por el tramo de la Ruta 40 era de todo punto desaconsejable por el mal estado del camino. Así que de nuevo cruzamos la recta del Tin Tin, con el Parque Nacional de los Cardones escoltando nuestro paso y southbound again. Llegamos a Belén, Londres y, bajo una tormenta de arena descomunal tapiando el escaso sol que aún aguantaba sobre el horizonte, dimos cuasi milagrosamente con una finca perdida en el minúsculo San Blas: la Posada del Monte se hace llamar. Fue, literalmente, nuestro salvavidas después de 11 agotadoras horas de moto!!! Qué bien cenamos y qué bien dormimos!!!
La semana comienza para nosotros con nuevas expectativas, ya que hemos visitado el Parque Nacional Talampaya (patrimonio de la Humanidad) y estamos cada vez más cerca del Aconcagua y… esperamos que también del frío, ya que hemos alcanzado los 40ºC y todas las mañanas repetimos el amago de sacar nuestra equipación de invierno “porsiacaso” refresca… Pero nada, achicarrados día sí y día también.
Estos últimos días han sido muy intensos, no solo en kilómetros, sino también en emociones. Hemos dado un buen mordisco al mapa y ya estamos inmersos de lleno en suelo patagónico. Salimos de Villa Unión y atravesando San Juan y Mendoza, siempre bajo un calor abrasador. Cabe reseñar los parajes de Cuesta Miranda y Termas de Villavicencio, cuyo paso nos lanzó al vértigo de la imponente cordillera del Aconcagua. Dormimos en Uspallata y a la mañana siguiente, fieles a nuestra cita, escalamos por la carretera hasta puente del Inca, túnel del Cristo Redentor e incursión en la cara chilena. En esta mañana nos encontramos con una chica que está recorriendo en bici todo América, de norte a sur. Ya os pondremos su web. Y también charlamos con un grupo de argentinos que viajaban en Transalp, como siempre tan enrollados. Vimos el techo de América despejado, en un día en el que por fin apareció el cóndor. En total, fueron 5 o 6 ejemplares que revoloteaban confiados cerca del mirador del Aconcagua. Toda una experiencia.
Y más kilómetros… en esta ocasión, hasta Pareditas, localidad en la que la gente del Hostal Casa Grande se portó fenomenal con nosotros. No hay mejor parada antes de avalanzarse sobre los centenares de kilómetros de soledad y ripio que separan esta pequeña población de Malargüe, El Sosneado y buena parte de los siguientes tramos de la Ruta 40. En este día vivimos un episodio realmente emotivo, ya que Javi se reencontró con una familia humilde que vive en el más absoluto aislamiento, pegados al cauce del Río Grande, en una zona dura y para muchos de nosotros completamente inhóspita. Es asombroso, pero recordaba con una precisión milimétrica el lugar exacto donde vivían… Y, efectivamente, allí estaban. Hace 7 años, en su primer viaje a Sudamérca, esta familia le ofreció su hospitalidad y afecto, además de un revitalizante tentempié en forma de mate. Para Javi, este reencuentro, sin duda, es de lo mejor de este viaje. Ya os pondremos foto del encuentro.
Tras una maratoniana jornada sobre la moto, alcanzamos Chos Malal, donde dormimos plácidamente. Al día siguiente, los habituales ejercicios de estiramiento, un desayuno fuerte -cuando se puede- y… de nuevo a la ruta. Las Lajas, Zapala y rumbo a Junín y San Martín de los Andes, idílico lugar que, no obstante, no ha podido escapar al volcán Puyehué. De hecho, la nube de cenizas comenzó a nublar el cielo 500 kms antes de llegar a Villa La Angostura, la población más próxima a la zona de erupción. Las sensaciones son muy extrañas y, evidentemente, nuevas para nosotros. Quién nos iba a decir que apenas 24 horas más tarde estaríamos a 5 kilómetros del volcán…
Solo contaros que hemos cubierto sin incidentes la Ruta de los 7 lagos antes de acceder -no sin retrasos- a Chile a través del Paso Internacional Cardenal Samoré. Hicimos noche en Entre Lagos, donde María Hermosilla, propietaria de las cabañas y hospedería Panorama, nos ofreció su precioso alojamiento y sus continuas sonrisas, que hicieron nuestro primer contacto con el chile patagónico más agradable.
Os escribimos desde un lugar absolutamente recóndito. De hecho, teníamos serias dudas de poder llegar hasta aquí. Estamos en Hornopirén (Chile), al comienzo de la mítica Carretera Austral, Ruta 7. Para llegar aquí nos hemos internado en Frutillar, Puerto Varas, Ensenada, y bordeado completamente el enorme lago Llanquihue. Eso sí, no hemos tenido fortuna y el día ha amanecido con mucha nubosidad, impidiéndonos ver el volcán Osorno. A partir de Ensenada, el camino se hace más angosto y complicado, y la vegetación cambia por completo. Fiordos, montañas nevadas, llovizna permanente, ripio… En fin, casi de todo. Pero tenemos nuestra recompensa, y si todo sale bien, un barquito chiquitito nos ha de trasladar a El Chaitén.
Tal y como os anticipábamos, un barquito -finalmente, no tan chiquitito- nos trasladó de Hornopirén a Vodudanue en una travesía de fábula. El fiordo se adentra entre blancas cumbres y bosques verticales que caen a pico sobre las profundas y gélidas aguas de este brazo oceánico. En las 4 horas de navegación conocimos a un holandés que recorría en moto desde Alaska hasta Tierra de Fuego, y a una encantadora pareja de alemanes que tienen previsto hacer Latinoamérica en bicicleta durante 14 meses.
Ya en Caleta Gonzalo, o lo que es lo mismo, tierra firme, iniciamos el descenso por la legendaria carretera austral, ruta 7. Y el primer punto de obligada parada es Chaitén, un pueblo fantasma que comienza nuevamente a repoblarse tras haber sido arrasado por el volcán homónimo que, aún hoy, continúa expulsando su ardor.
Parada y fonda en La Junta, y al día siguiente, Puyuhuapi con su precioso lago, Parque Natural Queulat con el Ventisquero Colgante y miniexcursión a Puerto Cisne, una pequeña población pesquera rodeada de montañas y abrazada por el océano Pacífico. Con el tiempo y el combustible bien optimizados (hicimos a las Honda 360 km sin repostar, todo un logro) dormirmos en un cuchitril de Coyhaique. Su dueño era de origen italiano y se empeñó en decir que Javi también lo era, así que allá maldormimos un italiano y un español. A veces, seguimos la bola al personal, no deja de resultar un juego divertido. Y tan pronto llevamos motos de 1.800 cc, compradas y traidas desde Europa, como nos hacemos pasar por tío (Quique) y sobrino (Javi). Otras veces decimos que no nos hablamos y que nos den camas separadas, otras que vamos para el norte cuando vamos para el sur; otras que empezamos en Ushuaia y que no sabemos ni a dónde vamos… En fin, también hay tiempo para echarnos unas risas.
Por cierto, habida cuenta de los diversos comentarios que ha despertado la foto del “Indio Pícaro”, Quique quiere aclarar que el “Indio Pícaro” es el monigote de madera…
Y seguimos con nuestro relato. Nuestras niñas, aunque son unas campeonas, a veces se resienten. Es normal, les pegamos un buen “tute”; hemos calculado que más de 1/3 del recorrido está siendo por ripio. “La Pepa” tuvo una pequeña lesión; se fracturó el anclaje de una de sus maletas… Nada que no pudiera reparar nuestro amigo Eduardo, del taller La Penequita, en Cerro Castillo. Entre traqueteos, lagunas color cobalto, ríos, bosques muertos -vestigios de la terrible erupción del Hudson en 1991… actualmente también activo- dimos con nuestros huesos en Puerto Río Tranquilo, donde nos alejamos en una hospedería regentada por la Señora Amanda. Nos trató como si fuéramos de la casa. Muchas gracias, también a la gran familia que allá conocimos y que nos convidaron a un rico Pisco.
Antes de irnos a la cama tuvimos tiempo de subirnos a una lancha y ver las Catedrales de Mármol, el punto de mayor interés de la zona. Para ello, navegamos por las profundas aguas del lago General Carrera, el segundo más grande de Sudamérica, después del Titicaca. Una enorme mancha de agua que cambia de nombre a Buenos Aires al adentrarse en Argentina, a cuya frontera llegamos a la mañana siguiente a través de una preciosa ruta que bordea la ribera sur hasta Chile Chico.
Paso Jeinemeni, Los Antiguos y de nuevo pisando ruta 40. Nuestros “zapatos” de goma cada vez están más desgastados, y la conducción por ripio nos obliga a estar alerta. La frase de Quique al llegar a Bajo Caracoles (una aldea perdida en la nada) fue muy significativa: “Termina el paseo, empieza el viaje”. Y es que el viento patagónico comezó a soplar con fuerza, hasta el punto de sacarnos en muchas ocasiones de las trazadas “buenas”. El termómetro bajó hasta los 8ºC y las primeras lluvias nos anunciaban una posible y temible tormenta que, por fortuna, finalmente se disipó.
La sensación de conducir con una manada de guanacos a nuestro lado, perdidos en la inmensidad polvorienta y grisácea de la patagonia más profunda, es una experiencia conmovedora. Las aves, auténticas reinas de este cielo ventoso, nos escoltan a cada paso. Y entre tiritona y tiritona, aún tenemos hueco de bromear con nuestro “almuerzo”. Unas veces es a las 2, otras a las 5 de la tarde, y otras… nunca. Abrimos nuestras galletas de fibra y nos damos a escoger si queremos bistec de ternera o un jugoso pescado…
Así las cosas pasamos la noche en Gobernador Gregores, un descolorido pueblo que se aprovecha de su “privilegiada” ubicación. No hay ningún otro lugar donde alojarse en muchísimos kilómetros -es decir, interminables horas- a la redonda.
Hoy domingo, día de elecciones, estamos tomándonos un break en El Chaltén, a los pies de los imponentes picos Fitz Roy y Cerro Torre. Llegamos ayer sábado y nos alojamos en la Hospedería La Guanaca, un lugar que recomendamos sin duda.
Si todo sale bien, nuestra próxima comunicación será desde Ushuaia, donde invitamos a un asado a Vicente Romero, jejeje. A ver si es posible que esta vez no dé plantón, que en Chiloé el plato aún está en la mesa esperándole…
En los últimos días hemos vivido intensas experiencias. Por una parte, la grandiosidad del glaciar Perito Moreno y la majestuosidad de las Torres del Paine chilenas. Por otro, hemos cumplido con nuestro propósito de alcanzar el fin del mundo. Estamos en Ushuaia, la tierra donde acaba la tierra, el final del mundo conocido y puerta de entrada al continente antártico.
Os contábamos que el mal tiempo había impedido ver la imponente imagen del Fitz Roy, en El Chaltén. Por suerte, el día de nuestra partida la montaña humeante, como la llamaban los indígenas, se exhibió esplendorosa junto a la afilada aguja del Cerro Torre, visibles a más de 100 km de distancia. El blanco cordón montañoso que recorta este cielo impoluto parece una dentadura de tiburón blanco que yace expectante en el lago Viedma. Apenas dos horas después las motos conquistaban El Calafate al tiempo que el Glaciar Perito Moreno nos conquistaba a nosotros. En esta ocasión, solo nos atrevemos a mostraros fotos, las palabras no sirven.
Atrás queda un mes de kilómetros, fotografías y miradas de asombro. Por delante, la ruta 3 nos conducirá unidos al Atlántico hasta Buenos Aires, nuestro punto de partida y finalización.
En esta lejana zona del globo nos hemos reunido -en el caso de Javier, por tercera vez- con Oscar Horacio Díaz y su esposa, Sonia Marrochahar, quienes nos brindaron su amistad y nos acogieron junto a su familia durante los fantásticos días que pasamos en estas latitudes. Tanto Oscar como su esposa son dos auténticas instituciones en el mundo de la moto, en toda Sudamérica. Y con ellos nos sumamos al 4° Encuentro Internacional de Motoviajeros de Ushuaia, que precisamente se desarrolló durante el fin de semana del 25 al 27 de noviembre, siendo los dos únicos españoles participantes con nuestras monturas en esta cita. Junto con toda la expedición de aficionados que se dieron cita en esta concentración motera recorrimos Lapataia e intercambiamos proyectos y recuerdos.
Conclusión: Hay que saber darse cuenta de cuándo uno necesita empezar a vivir (Oscar dixit).
Con el crepitante sonido de la lluvia como telón de fondo y la mezcla de sensaciones que produce haber cumplido con la primera parte de nuestro viaje… os dejamos con más fotos y tres nuevos vídeos. Besos desde Ushuaia.
CRÓNICA FINAL
Durante algunos días, Ushuaia se convirtió en una pequeña Babel motorizada, en la que fuimos apareciendo “motoqueros” procedentes de tierras lejanas. Entre todos ellos destacamos a Diego, un joven colombiano que llegó hasta el final del mapa después de 6 largos meses descendiendo por el cono sur. Llegó con una vespa destartalada a punto de expirar. Y lo hizo con los ojos vidriosos, posiblemente echando la vista atrás a todo lo vivido durante el último medio año (http://es-es.facebook.com/photo.php?v=2591637866996). Por otro lado, destacar la presencia de Nélida Iglesias, la motoviajera más viejita de Argentina.
La ciudad, más allá de lo que representa, se ha convertido en un caos donde el desarrollo urbanístico se digiere mordisco a mordisco sobre la cadena montañosa que envuelve a esta fabulosa bahía, otrora épico enclave de aventuras y exploraciones legendarias. En la actualidad, con una población creciendo exponencialmente, las calles se retuercen sin sentido albergando todo aquello que nadie desea asociar con un lugar idílico, desvirtuando el toque romántico y simbólico que nunca debería perder.
Sea como sea, el hecho de llegar hasta allí es todo un desafío. Y no cabe duda de que, para nosotros, ha representado el cenit de nuestro viaje.
El 28 de noviembre comenzábamos el ascenso por la Isla Grande de Tierra de Fuego, una vasta extensión salpicada de ovejas, guanacos, ñandúes y vientos inmisericordes. Para nosotros hoy en día es “fácil” atravesar este imponente lugar; el ripio se conserva en relativo buen estado y nos permite avanzar a un ritmo que oscila entre los 80-95 km/h (vigilando siempre las reacciones de las motos, ya que la degradación de los neumáticos comienza a ser preocupante). Pero encoge el alma pensar en los pioneros, en aquellos seres humanos que pusieron tiempo atrás sus pies en esta tierra implacable. La muestra de cuánto ha cambiado todo se refleja a la perfección en el Estrecho de Magallanes, donde un moderno transbordador solventa en apenas 30 minutos este paso marítimo en el que Atlántico y Pacífico se enfrentan, al tiempo que las toninas overas juguetean con la proa de la embarcación con sus traviesos saltos.
Ya sobre la superficie continental, y tras los preceptivos trámites fronterizos con Chile, pisamos con decisión la Ruta 3, la otra gran vía argentina. Zarandeados por Eolo llegamos a Río Gallegos en una etapa que, entre pitos y flautas, se cierra con 636 km. Unas 12 horas sobre la moto. Desde allí proseguimos hasta Puerto San Julián, donde alejados del turismo y la vorágine de los días anteriores realizamos una pequeña excursión por un laberinto de caminos costeros que terminan por conducirnos hasta una lobería y, a la par, el lugar de anidamiento de diversas aves. El azul oceánico reflecta un cromatismo cambiante; unas veces verdoso; otras turquesa, como el envoltorio cristalino de un regalo que la naturaleza desea ofrecernos sólo a nosotros. Hacia tierra adentro, un mismo camino llega hasta el precipicio escarpado dibujando una punta de flecha. El viento ruge. Los animales conversan entre sí. Y nosotros observamos con una actitud mezcla de respeto y sobrecogimiento; no nos atrevemos a hablar. Por la noche, de vuelta al pueblo, cenamos en una vieja pizzería en la que un improvisado camarero nos habla de su vida. Improvisado porque… en realidad el negocio es familiar y él solo está cubriendo el periodo vacacional de una empleada. Él es pastor, y vive con su novia a 600 km, en una remota estancia perdida en algún lugar muy lejos de cualquier lugar, allá por Lago Cardiel. En ocasiones permanecen aislados 9 meses a causa de las nevadas, pero son felices rodeados de naturaleza pura y sus preciosos y preciados animales, principalmente ovejas (en total, calcula que puede tener en torno a 6.000 cabezas de ganado). Nos cuenta que gana mucha “plata” y que nunca abandonará el campo. Tiene las manos erosionadas y el rostro avejentado. Pero tiene 18 años. Y ni una sola duda sobre cómo quiere pasar el resto de su existencia. Detalla orgulloso y sin aspavientos todas las cosas que ha conseguido comprar en apenas unos años; pero en realidad todos sabemos -él mejor que nadie- que no necesita nada. Solo su campo y sus animales. Es feliz sin saber de la existencia del índice Nasdaq, la boda de Alberto de Mónaco o el gore-tex. Tiene 18 años, se levanta las 4.30 de la madrugada y junto a su novia se marcha cada mañana a cuidar de su mundo perdido.
… En fin… en el otro extremo de la vida tenemos a Caleta Olivia y Comodoro Rivadavia, lugares por los que apenas si nos gustaría ver algo más que el letrero de bienvenida y, acto seguido, el de buen viaje. Son feos, para qué engañarnos. A pesar de todo, necesitamos dormir, y un antiguo -o quizá no tanto- inmueble militar reconvertido a hospedería nos sirve a la perfección para descansar y reprogramar el itinerario. Vamos muy bien de tiempo, así que a la mañana siguiente luchamos contra el bostezo durante los 400 km de las pampas de Salamanca y del Andaluz antes de dejar atrás Trelew. Nos dirigimos a Puerto Madryn, sin prisas pero sin pausas. A fin de cuentas, sabemos que se trata de la última gran atracción antes de completar nuestra subida a Buenos Aires. El hotel Chepatagonia nos abre sus puertas con la exquisita hospitalidad que brindan sus propietarios, Maru y Gabi. Desde allí configuramos una excursión para el día siguiente que incluye avistamiento de ballenas desde una embarcación en Puerto Pirámides y, ya por la tarde, recorrido por la península Valdés hacia varios puntos estratégicos con el objetivo de observar la fauna característica de este llano y extenso machete de tierra: pingüinos, lobos/leones y elefantes marinos, aves (petreles, ostreros, cormoranes, loros barranqueros, martinetas…), guanacos, choiques (pequeños ñandúes)… También tratamos de cazar visualmente a las orcas, pero estuvieron esquivas y no fue posible.
El fin de semana comienza para nosotros con lluvia. Muchísima lluvia… durante 570 kilómetros. Dormimos en Río Colorado, dando otra buena dentellada al mapa. Cada vez queda menos, y los dos somos conscientes de que esto se acaba. Quizá por eso volvemos a abrir gas al día siguiente y recorremos los 703 kms que nos separan de Las Flores, un alquitranado pueblo sin chispa pero con gracia donde tenemos un recibimiento especial. La policía caminera nos echa el alto. Rápidamente comprendemos que la cosa pinta mal. O bien, depende para cuál de los tres bolsillos miremos. Un abotagado gendarme nos aparta de la ruta señalando su chaleco reflectante. La cosa está clara, sobre todo para él. Hemos cometido una infracción grave: no llevamos puesto la susodicha prenda y… claro, la multa es de 500 mangos. Para redondear el esperpento surrealista, decenas de mozuelos y mamás prematuras nos sobrepasan por todos lados, a toda pastilla, sin cascos, sin escapes, subidos 3 y hasta 4 en las motillos, etc, etc, etc. Eso sí, nosotros no llevamos puesto el chaleco. Manda cojones, nos falta un día para llegar y… zas, nos toca una manzana podrida vestida de azul. Tras solicitar la normativa en la que aparece la infracción, el gendarme se retira y vuelve a aparecer refunfuñando con unas fotocopias desvencijadas en las que aparece la cuantía de nuestra afrenta a ese reglamento: entre 50 y 100 mangos. Uséase, hasta completar los 500 mangos… a la buchaca. Descubierto y aturdido, el orondo personaje nos desea lo mejor en Argentina al tiempo que nosotros le deseamos lo inversamente proporcional, eso sí, entre dientes, no sea que nos pare nuevamente, esta vez por llevar las matrículas embarradas.
Un día antes de lo previsto dejamos a Margarita y a la Pepa en Buenos Aires, con mucha alegría por haber finalizado este proyecto en común, pero también con cierta nostalgia por todo lo que dejaremos atrás, incluyendo a estas máquinas a las que cuidamos y mimamos como si prácticamente fueran seres humanos. Gracias a ellas podemos contaros todo esto. El balance no puede ser mejor. Es inevitable pensar en los seres queridos, pero también en la gente y, por qué no decirlo, la majestuosa naturaleza con la que hemos compartido nuestro tiempo en este continente hermano.
En total, serpenteamos durante 14.595 km (nadie sabe porqué, pero Javi ha hecho 13 km. más… cómo se notan los galones!). Hemos llegado hasta el desierto, pero también hasta los glaciares; dos océanos; dos países; cerca de 20 parques nacionales; zigzagueado a través de la cordillera más larga del mundo…
Eso sí, hemos descubierto que lo más grande de Sudamérica no es el cerro Aconcagua. Lo más grande, sin lugar a dudas, es el corazón del ser humano. Nos despedimos del fin del mundo recibiendo el abrazo de un amigo de verdad. Este es el tesoro más preciado. Y sus lágrimas representan la gasolina que mueve un planeta en el que el cariño, la fraternidad y los buenos deseos pugnan por asomar la cabeza entre la contaminación de un sistema enfermo e insidioso. Por suerte, aún es posible continuar soñando y rodearnos de semejantes que tratan de hacer lo mismo.
Mil gracias a los seres queridos, amigos y familiares, especialmente a Eladio, Pepa, Luis, Eva y… sobre todo Mari Arenas, por estar siempre ahí con su incombustible ilusión y su gigantesca humanidad; esta pequeña conquista de un sueño común está dedicada a ti.