2007 Bolivia


2007intro¡ Vamos Margarita, que tenemos mucho que recorrer…!!!
Estas son las palabras que, junto una caricia, dije a mi compañera de viaje nada más llegar a Buenos Aires.
No penséis que “Margarita” es mi chica, no; es mi moto, y si esta crónica la está leyendo un auténtico motero, entenderá lo de la caricia. Y no es para menos, ella será –espero- mi fiel compañera durante los próximos 40 días. Juntos pretendemos recorrer  prácticamente todo Bolivia, país cuya superficie duplica la de España, sin embargo, su población apenas sobrepasa los nueve millones y medio de habitantes.

Creo que será mejor comenzar explicando el motivo de este viaje, así será más comprensible mi destino de este año.
Tras un amplio bagaje como motero y deseoso de aventura, en el 2005 decidí recorrer Argentina en moto y en solitario. Con suficiente antelación, contacté con una empresa en Buenos Aires, que me preparó la moto que yo consideraba ideal para un viaje de esa envergadura, una Honda Transalp 650. En 35 días recorrí 15.000 Km.,  bajando toda la cordillera de los Andes y tras llegar a Ushuaia, ciudad más austral del mundo, subir bordeando el Atlántico, llegando a Buenos Aires sin ningún incidente importante.
El conjunto de vivencias de aquel viaje, me cautivó de tal manera que en 2006 regresé con ruta nueva, esta vez fueron 18000 Km. también en 35 días, bajando hasta la isla de Chiloé, en el Pacífico, seguir hasta el Norte de Chile y tras cruzar el desierto de Atacama, entrar de nuevo en Argentina, visitando entre otros lugares las espectaculares cataratas de Iguazú, al Noreste del país y tras unos días en la selva brasileña, regresar a Buenos Aires.

Si el primer viaje me cautivó, ni os cuento lo que significó para mí como persona y como motero, esta maravillosa e inolvidable segunda experiencia. Sin duda tenía que volver para seguir “explorando” esta fascinante Sudamérica.

Quiero especificar que lo que busco en cualquier país visitado es, fundamentalmente, conocer su cultura, sus costumbres, sus paisajes, sus gentes… y para conseguirlo, nada mejor para un aventurero motero solitario que trazar la ruta por las zonas más recónditas posibles, lo que conlleva circular por caminos de tierra o, en el mejor de los casos, ripio. Ahí radica, precisamente, el encanto de estos viajes. Todo un reto personal. Puedes quedarte sin combustible en mitad de la nada, quedar aislado por una fuerte nevada y sin alimentos, romper la transmisión sin tener recambios, pasar varios días sin cruzarte con nadie ni ver un teléfono…. estas son las mejores cosas que en un viaje de este tipo te pueden ocurrir…y es que la AVENTURA es la AVENTURA.

Este año, mi destino es Bolivia. De nuevo he elegido el mismo concesionario de motos en Buenos Aires, ya que mi amigo Mariano entiende a la perfección  el equipamiento que le pido para la moto, saliendo de Sonseca (Toledo) con la tranquilidad de que a mi llegada, estará todo preparado y perfecto.

Y así ha sido. Prácticamente una hora después de aterrizar el avión, “Margarita” ¡cómo no! de nuevo una Honda Transalp 650, magníficamente equipada, y yo, ya estábamos en la ruta. Solamente me he tenido que ocupar de poner en la carrocería las pegatinas de  MOTOVIVA, de esta manera, llevo conmigo los buenos deseos para mi viaje por parte de esta revista, tan conocida en el ambiente aventurero de las dos ruedas.
La experiencia de los dos duros viajes anteriores por estas tierras ha servido para añadir al equipamiento piezas y accesorios que me llevaran a  solventar los problemas de tipo mecánico que, con mucha probabilidad, tendré. También es muy importante el equipamiento personal. Elegir buena ropa es fundamental cuando se viaja a un país donde el mismo día puedes pasar de 45ºC a bajo cero. Puedo poner varios ejemplos al respecto, pero por la gravedad de la situación destaco el momento que encontré cerca de Punta Arenas (Sur de Chile) a un motero alemán perdido en un camino, con síntomas de congelación…,llevaba la moto equipada con los últimos adelantos tecnológicos, pero no tuvo en cuenta el equipamiento personal.
También el botiquín de este año se ha visto incrementado, sobretodo con sprays antimosquitos y una mosquitera especial. El tema no es para tomárselo a broma, ya que en Bolivia hay insectos cuya picadura llega a ser incluso mortal, y nunca se sabe dónde terminarás el día, si en mitad de la selva, o en el mejor de los casos, y poco probable, en un confortable hotel. Por esta causa, en la frontera me pedirán mi cartilla de vacunación : malaria, fiebre amarilla, tifus, hepatitis….algunas de estas vacunas son obligatorias, otras recomendables. Como veis, un viaje así no debe realizarse con precipitación y aunque siempre se olvida algún detalle, es aconsejable  prepararlo con bastante antelación para evitar desagradables sorpresas.

A media tarde del 25 de octubre salgo de Buenos Aires, y sin tiempo que perder pongo rumbo al Norte de este gigantesco país, pasando la primera noche en un pueblecito cercano a la ciudad de Santa Fe. Al día siguiente, me propongo llegar a San Miguel de Tucumán. Allí me espera mi amigo motero Juan Ignacio, a quien conocí el pasado año a mi paso por la ciudad. Algo más de 1000 Km. es la distancia que tengo que recorrer, y a pesar de la abundante lluvia y granizo llego a buena hora para cenar con mi hospitalario amigo.

Al día siguiente, muy temprano, salgo rumbo a Aguas Blancas-Bermejo, frontera con Bolivia, con intención de pasar la noche en tierras bolivianas. Hago una parada en San Ramón de la Nueva Orans , última ciudad  de Argentina antes de pasar la frontera, donde me informan que para llegar a Tarija, primera ciudad del país vecino, aún queda un largo camino, por lo que me aconsejan pasar la noche en la ciudad. El lugar es bonito, y antes de irme a la cama doy un largo paseo por sus plazas.

Lunes 29 de Octubre, mal comienzo…, me niegan el ingreso a Bolivia.
El motivo es que la moto es alquilada. Aunque llevo un documento notarial con plenos poderes sobre la moto, no puedo pasar. Las muchas llamadas telefónicas de nada me han servido. Ni tampoco los muchos meses trazando minuciosamente la ruta…
Me dicen que puedo pasar por Chile…, así que sin pérdida de tiempo, doy la vuelta, y me voy para allá, que por cierto, no tengo ni mapa. ¡Mi aventura ha empezado antes de lo que pensaba!

Regreso a Salta, para ir a San Antonio de los Cobres y llegar a Chile. Ya en San Pedro de Atacama pregunto por el paso fronterizo con Bolivia más cercano. Me aconsejan ir al Norte del país, frontera con Perú, dónde hay una carretera en buen estado que me llevará a la ciudad boliviana de Oruro, ¡Madre mía!!!, si tengo que hacer todos esos Km. digo adiós a mi ruta por Bolivia…..

Estoy cansado, muy cabreado, apenas encuentro combustible, ni me acuerdo de cuándo comí por última vez, no puedo contactar con la familia ni encuentro un teléfono…..y lo más importante, los días que perderé en dar toda esta vuelta me harán recortar o anular mi paso por algunas zonas de Bolivia…¡si es que consigo entrar! Además, algo me dice que las personas que me han informado no tienen mucha idea de los pasos fronterizos.
Así que, como la aventura es la aventura, sin descansar, continúo el viaje y decido probar por un entramado de caminos y veredas que me llevan a Ollagüe. Buena gente en la aduana. Cómo será mi aspecto físico, que al verme la chica que me atiende me ofrece su zumo y bocadillo, además me facilitan combustible e incluso mandan un correo a mi mujer.¡Mil gracias amigos!

Por fin piso tierras bolivianas, pasando la primera noche en un pueblo llamado San Cristóbal, famoso por tener la tercera mina de plata más grande del mundo. Una persona me cuenta que todo el pueblo está recién construido, que la iglesia e incluso el cementerio fueron trasladados piedra a piedra al nuevo lugar. Todo por explotar la mina. Sin duda la historia es interesante, pero el cansancio me impide profundizar en el tema y me voy a dormir.

Ya por la mañana, recapacito en los días perdidos y, mapa en mano, intento modificar la ruta marcada inicialmente lo menos posible. Para ello, lo mejor es ir a Uyuni y de ahí a Potosí, continuando ya por el trazado que traía marcado.
Me pongo en marcha disfrutando al máximo del camino. Estoy cruzando la famosa zona del Altiplano, al Oeste del país. Un verdadero desierto con multitud de tonalidades marrones, de una belleza indescriptible. Numerosos animales salvajes se cruzan en el camino, predominando las típicas y enormes llamas. Detengo la moto para deleitarme con este mágico entorno, cuando veo aparecer en el horizonte una Africa Twin, conducida por un chico que al verme me pregunta: ¿el motoquero español?. Resulta que  venía siguiendo mis pasos desde Chile, también con problemas de combustible, y cuando paraba a repostar, le decían ¡se lo llevó todo el motoquero español! Me cuenta que va a Uyuni, así que decidimos  continuar y visitar el Salar juntos. Antes de llegar, nos encontramos en el camino el famoso Cementerio de Trenes. Siendo hoy el Día de todos los Santos: muy oportuna esta visita.
Ya instalado en el hotel Avenida de Uyuni y después de una larga, larga, larga ducha, salgo con mi compañero Álvaro, colombiano residente en Londres, hacia el Salar.
Espectacular, grandioso. Todo un cúmulo de sensaciones. No encuentro palabras para explicaros lo que he sentido rodando allí dentro. Sorprende el sonido de la sal al contacto con los neumáticos. Una interminable explanada blanca, de 250 x 150 Km. de extensión, totalmente deshabitada, sin caminos, sin ninguna referencia, mires donde mires, todo de un blanco puro que por momentos llega a dañar la vista. Nunca me sirvió de tanta ayuda la brújula. Hacemos una parada en la turística Isla de Incahuasi, repleta de gigantescos y milenarios cactus,  continuando la visita al curioso Hotel de la Sal, enteramente construido, incluso los muebles, de sal.

Sábado 3 de Noviembre. Después de la despedida de mi amigo Álvaro, con quien seguro seguiré en contacto, pongo rumbo a Potosí,  diciendo adiós a esta bonita zona de Bolivia, cuya visita es más que recomendable.

Ya a las afueras de Uyuni quedo totalmente sorprendido cuando diviso una tranca que cruza el camino. Se trata de un control de PEAJE, sí, no es broma, hay que pagar 10 bolivianos por circular por el camino de tierra….Pregunto a los soldados del puesto dónde puedo encontrar gasolina, ya que el problema se va agudizando. Me dicen que en estos días, todo Bolivia tiene dificultades con el abastecimiento de combustible. Continuo el viaje con el depósito medio vacío cuando, a lo lejos veo algo parecido a una granja, me tengo que desviar bastante, pero allí tienen un motor que funciona con gasolina y aprovecho para llenar incluso las botellas de refresco y agua que llevo, eso sí, lo tengo que pagar al precio que me piden.

Ni mucho menos puedo definir como  carretera ni como camino el trayecto que une Uyuni con Potosí. No hay palabras, todo un reto para cualquier motero con ansia de aventura…y algo me dice que esto será una constante en este país. Mis neumáticos ya se resienten, espero que la rueda trasera aguante hasta llegar a Potosí.

Sin duda llego a la ciudad en mal momento. Algo ocurre. Las calles están llenas de gente deambulando. No parece una manifestación. Estando en Potosí, no puedo marcharme sin visitar una de las minas que antaño dieron tanta prosperidad a esta ciudad; en la actualidad, basta mirar alrededor para comprobar que efectivamente, eso fue antaño…. Con el dicho “vale más que un Potosí” en mi boca, y con la promesa de regresar en otro momento más propicio, salgo para Sucre. Los 225 Km. que separan ambas ciudades en mi mapa figuran como asfaltados. Con un poco de suerte, la rueda aguantará este tramo.

Llego a Sucre, capital de Bolivia. Preciosa ciudad de 250.000 habitantes. Es urgente buscar un  lugar para cambiar el neumático, a ser posible de enduro, por cuanto las ruedas de trail no sirven para estos duros caminos. Tengo suerte, pregunto a un chico que me indica el lugar ideal y en unos minutos “Margarita”  ya tiene flamantes zapatos nuevos, además me llevo repuesto!!
El Hotel Capitol Plaza será mi “hogar” por dos días, ese es el plazo de tiempo que voy a destinar para descubrir los tesoros de esta ciudad y alrededores.

Mi viaje continúa, esta vez para intentar localizar a un niño en Thoco Pampa. El chaval ni me conoce, ni por supuesto espera mi llegada. Para ello, primero tengo que ir al municipio de Icla, y una vez allí, averiguar el camino de llegada a la aldea. No será fácil, por cuanto en Sucre, ya me han informado del entramado de caminos sin señalizar y ni siquiera en mapas hemos logrado encontrar el nombre de Thoco Pampa. Así que con una tremenda ilusión emprendo el camino. En mi mente ya figura la cara de emoción del niño en cuestión. Pasado Icla y después de muchos kilómetros por inaccesibles caminos entre montañas, encuentro una aldea de dos o tres chozas con techos de juncos, y me detengo para preguntar si llevo buena dirección. Mi sorpresa es ver como mayores y niños corren huyendo de mi presencia. Me percato de que son indígenas y no entienden mi lenguaje. Decido continuar lamentando haber perturbado la tranquilidad de estas gentes, pero la bifurcación de caminos con total ausencia de indicaciones me lleva de nuevo a otra aldea similar, también los escasos habitantes se esconden a mi llegada. En esta ocasión decido parar la moto y pasear haciendo ver que no llevo malas intenciones. Los primeros en aparecer son los niños al ver las galletas y dulces que les ofrezco, y tras unos momentos de duda aceptan los regalos con el consentimiento de los padres. No sé si hablan aimará, quechua, guaraní…., no nos entendemos, una pena, ya no por encontrar el pueblo que busco, si no porque me pierdo, sin duda, una interesante conversación con esta gente que parece haber aceptado con buen agrado mi presencia. Por más que repito Thoco Pampa, no saben indicarme la dirección. Me doy por vencido y continúo el viaje, llegando por fin, a pesar de las muchas dificultades, a la ansiada aldea. Muchos kilómetros por caminos y montañas, con un frío atroz, para al final, no encontrar a esta persona. Confieso mi enorme decepción, pues sin duda, hubiese sido un emotivo encuentro para mí y algo inolvidable para el chaval. Día y medio he empleado en el intento y con tristeza  marcho para Zudañez, donde paso la noche del 5 de Noviembre.

Al día siguiente, muy temprano, salgo camino a uno de los puntos más destacado de este viaje: La Higuera, lugar dónde asesinaron a Ernesto “Che” Guevara.
El “caminito” es para no olvidar, 380 Km. por angostas veredas con tramos casi intransitables. Casi todo el trayecto en 1ª y 2ª, temperaturas de 45ºC y en un momento  3ºC. Subidas de 4.700m. y bajadas a 1.200m. Con ese constante subir y bajar, mi organismo se ha resentido, sólo pequeños mareos; sin embargo “Margarita” ni un solo problema. También cruzo varios arroyos que, por suerte, aún no llevan demasiado agua. La dureza del camino se ve compensada con los parajes de belleza indescriptible que me rodean. La soledad de la zona sólo se ve perturbada por el sonido de la moto: casi me siento culpable por ello.

A media tarde, y tras 12 horas de camino, llego a la pequeña aldea de La Higuera. Cargado de emoción, aparco la moto a los mismos pies del famoso busto del Che. Las tres familias que habitan el lugar me dicen que soy la primera persona que llega en 20 días. La alegría de varios niños correteando a mi alrededor contrasta con la tristeza del lugar. La entrada a la “escuelita” ha sido un momento estremecedor. En esta habitación asesinaron al gran Ernesto Guevara. La vieja silla y los tres pupitres siguen allí como testigos directos de aquel fatídico día de octubre, hace ahora 40 años. Tengo la “suerte” de poder charlar con la señora que le dio la última comida, contándome con tristeza, lo que allí se vivió en aquellos días. Una conversación para no olvidar.
También me dicen que la escultura del Che situada al lado del enorme y conocido busto, la han puesto recientemente. Están contentos porque con la celebración del 40º aniversario, las autoridades han adecentado un poquito – muy poco, diría yo- la entrada a la aldea y han dado una capa de pintura a los letreros.
En un momento de la conversación, me dicen que si les puedo dejar “remedios”, no entendiendo lo que me piden, me aclaran que remedios son medicinas. Poca ayuda en ese sentido les puedo dejar, así que las aspirinas, vendas y betadine de mi botiquín se quedan en La Higuera. Tras las fotos de rigor, y con pensamiento de motero solitario, me detengo a meditar sobre cómo marcó a este hombre aquel viaje en moto por Sudamérica. Y no es de extrañar. Si en la actualidad me están marcando a mí (y de qué manera) los tres que ya he realizado, en la época y condiciones que él hizo el recorrido, seguro que fue mucho más duro y estremecedor. Sin duda, un hombre de mucho valor.
Si fue emotiva mi llegada, más aún ha sido la despedida. Ya subido en la moto hago un rápido recorrido visual por la tristemente famosa aldea. El mal camino que tengo que tomar me confirma que en este país hay mucho por hacer.

Llego al Hostal Juanita de Vallegrande verdaderamente cansado. Al día siguiente busco el camino para llegar a la tumba del Che. La emoción del momento no se ve mermada por el hecho de que sus restos ya no se encuentren aquí. Hace años fueron trasladados a Cuba, si bien hay comentarios contradictorios al respecto.

El lugar se ve cuidado y recién pintado. Me encuentro con dos señores cubanos. Uno de ellos me asegura que luchó al lado del Che, contándome unas historias increíbles…por eso no sé si creérmelas!!!!!! También visito el “lavadero”, lugar donde depositaron el cuerpo sin vida del “Che” cuando lo trasladaron en helicóptero desde La Higuera. Las paredes están repletas de fotografías con momentos diversos de la vida del revolucionario argentino.
Aprovecho la estancia en tan emblemático lugar para telefonear a mi amigo Vicente “Mariskal” Romero, que a buen seguro le gustaría estar aquí en este momento. Miro el reloj y calculo la hora en España. Mala suerte, en estos momentos estará emitiendo su programa en directo en www.mariskalrock.com y tendrá el móvil apagado…pero lo intento, ya que le prometí la llamada desde este lugar. Tengo suerte, atiende el teléfono y emite la conversación en directo. La alegría de la inesperada llamada también es compartida por varios miembros de mi familia que siguen emocionados y atentos la conversación. Gracias amigo!, es un honor para mí  llevar tu camiseta de la Heavy Rock por estos lugares.

Abandono Vallegrande con cierta tristeza. Algunas cosas están tratadas con respeto, pero en mi opinión, y quizás buscando turismo, se está utilizando la famosa imagen del “Che” a veces con cierta frivolidad.

El jueves 8 de Noviembre, ya de noche, llego al céntrico Hotel Copacabana de Santa Cruz. Allí conozco al Sr. Suárez, que me recoge en el hotel y me lleva a cenar a la sede del Motoclub Santa Cruz, donde rodeado de todos los socios paso una agradable velada. La mañana siguiente la dedico a visitar la ciudad y aprovecho para reponer el botiquín con suficientes “remedios” para dejar a quien lo necesite. Por fin, logro enviar a casa las primeras fotos…así mi mujer comprobará que aún no he perdido muchos kilos!!!!!

Dejando atrás la ciudad, pongo dirección a la zona de Misiones Jesuíticas, al este del país, casi frontera con Brasil. El viento huracanado me hace dudar si seguir con la ruta. Árboles caídos, casas  sin tejado, cables eléctricos por el suelo… es lo que veo a mi paso. Empleo todas mis fuerzas para mantener la moto recta, y así llego al Puente del Pailón, de unos dos Km. de largo, que sirve para cruzar el Río Grande. Tengo que esperar, el puente es muy estrecho y ahora están pasando los vehículos con dirección Santa Cruz. Cuando me toca el turno, decido pasar el último, ya que el puentecito se las trae. Es de madera, muy estrecho, y observo que en los laterales hay unos huecos abiertos al vacío por donde fácilmente cabe la moto. Eso sin contar que por el centro están las vías del tren. Para facilitar el paso a los vehículos, han puesto unas tablas en el sentido de la marcha, siendo considerable el espacio entre tabla y tabla, por lo cual la rueda se encaja en los huecos. Bien, con mucha precaución consigo llegar casi al final…cuando veo que un camión cargado de hierros que sobresalen por el lateral, entra en el puente sin dejarme salir… arrancando literalmente el frontal de la moto, la maneta, maleta, espejo…al ver el estado de “Margarita”desde el suelo, mis primeras palabras son: se acabó el viaje. Cámara de fotos, prismáticos…muchas cosas rotas, y yo noto mucho dolor en una rodilla, en el hombro… intento levantar la moto y ponerla en marcha cuándo me percato que estoy empapado de sangre. Como era de esperar, el camión ni paró. Pasados los primeros minutos, ya más tranquilo, busco la tarjeta que me entregó el Sr. Suárez la noche de la cena en Santa Cruz, por si necesitaba algo (no sabía que iba a necesitar su ayuda tan pronto) Mi agradecimiento a este amigo por la ayuda prestada. Gracias a este gesto, puedo continuar el viaje. Hay detalles en la vida que no se pueden pagar con dinero. Este, sin duda, es uno de ellos.¡Suárez, quedo en deuda contigo!!!

Ya pasado el susto, continúo a las Misiones Jesuíticas, zona declarada Patrimonio Cultural de la Humanidad por la UNESCO. Entre otros, visito los pueblos de San José de Chiquitos, Santa Ana, San Rafael, San Miguel, San Ignacio de Velasco, San Javier y Concepción. Este recorrido transcurre ya en la selva boliviana. Mucha precaución en los caminos de tierra, constantemente se cruzan animales,  mayormente una especie de lagartos de casi un metro de largo, saltamontes de 15 cm., mosquitos de medio kilo… Cuando empieza a llover, el camino se convierte en un auténtico barrizal. Todo esto no es inconveniente para visitar una tras otra, las iglesias que construyeron los Jesuitas entre  los siglos XVI y XVII, de madera tallada y vistosos ornamentos, auténticas joyas que milagrosamente están muy bien conservadas. Ya finalizando la ruta por esta zona, decido hospedarme en un precioso hotel de Concepción. Durante la cena conozco a una simpática española, Concha, que llega acompañada, terminando los tres compartiendo mesa y agradable charla.

Siguiente punto, Trinidad, dirección Norte del país. Miles de mariposas me acompañan buena parte del camino…la otra parte lo hace una muy generosa tormenta tropical que no me abandona hasta el domingo por la tarde que llego a Trinidad. A la entrada de la ciudad, un puesto Policial me indica que los caminos están cortados a causa de la lluvia. Decido instalarme en el Hotel Campanario y contratar un viaje de casi tres días en el Flotel, un barco de película que navega por el río Mamoré, el más grande de Bolivia. El grupo lo formamos ocho personas, entre ellas un simpático y agradable matrimonio español, de Córdoba. Navegamos río arriba, dirección Norte del país, disfrutando de unos paisajes dignos del mejor documental. Los escasos poblados indígenas asentados al borde del río, con sus largas canoas consistentes en una “simple” corteza de árbol ponen una nota más exótica si cabe al recorrido. Estamos en el corazón de la selva, y lo que más me llama la atención es el sonido que produce la fauna del lugar. Con ayuda de una pequeña barca, hacemos excursiones por tierra, también nocturnas. Serpientes, monos, cocodrilos…En una ocasión pude tener en mis manos un cocodrilo “bebé”…comprobando que a estos cachorros, los dientes les salen rápidamente…….

Terminado ya este fascinante paseo por el río, el viernes 15 de Noviembre a las 6 de la mañana salgo de Trinidad dirección San Borja. A la salida de la ciudad veo los daños que ha causado la tormenta tropical : postes eléctricos caídos, desprendimientos en las montañas, zonas inundadas…El puesto Policial me informa que ha habido un fuerte terremoto en Perú, causando también algunos desprendimientos en la zona, aunque los daños mayores han sido causados por la tormenta tropical de los últimos días. Sinceramente me preocupo por la noticia del terremoto, aunque yo lo he sentido levemente, si la noticia llega a casa, se preocuparan y no sé cuándo podré contactar con la familia para decir que estoy bien. Me aconsejan no ir a San Borja, dicen que hay vehículos atascados en el barro…Miro al amenazante cielo negro y sin pensarlo dos veces me adentro en el “camino”, total sólo tengo 380 Km. por delante…

A las  7´30 de la tarde consigo llegar a San Borja. Y digo “consigo” porque verdaderamente ha sido todo un triunfo llegar hasta aquí. En el puesto policial de la entrada miran mi llegada con asombro, al principio pienso que es porque vengo totalmente cubierto de barro. Están incrédulos de que haya podido llegar en moto y  me dicen que soy el primero en tres días que logra cruzar. IMPOSIBLE de olvidar este largísimo tramo. Antes de entrar en el barrizal, he tenido que cruzar cuatro ríos. Las rudimentarias barcazas  que esperaban en los no menos rudimentarios embarcaderos, no me ofrecían mucha seguridad para cruzar tan bravos y anchos caudales, algunas tan pequeñas que primero han trasladado a “Margarita” (ni os cuento con qué cara miraba yo a mi moto encima de cuatro tablas cuando se alejaba en el río) y después me tocaba el turno a mí. Pero lo peor ha sido pasando San Ignacio de Moxos. BARRO, sí Barro con mayúsculas. Efectivamente: me encuentro con coches, camiones, vagonetas e incluso un autobús atascados, averiados, volcados….un desastre!  Esto es para verlo. Calculo que me habré caído ¿50, 60 veces?. Totalmente expulsado de levantar mil veces la moto, no me doy por vencido diciendo una y otra vez a “Margarita” ¡ De aquí salimos los dos, aquí no te dejo!!!! Desmonto el guardabarros delantero, lo cual da cierto alivio a la marcha, cuando veo a lo lejos una tienda de campaña, montada en el camino y en pleno barrizal, con un señor haciéndome señales con los brazos. Se trata de un desesperado  inglés, con una BMW 1200 GS, totalmente hundida en el barro. Casi llorando, me pide ayuda. Lleva dos días atascado, y con la impotencia de no poder hacer nada, le digo que si logro llegar a San Borja, le mandaré ayuda. Y así ha sido. Consigo convencer al dueño de una camioneta (dólares por medio) que junto con otros dos hombres van en su busca, regresando a las 2´30 de la madrugada con la moto y el inglés, que al verme, me da un largo y apretado abrazo.
Ya hospedados en el Hotel Casablanca de San Borja, me dice que abandona el viaje, que está extenuado y que regresa a Londres… Durante la conversación le comento que la moto que lleva, al igual que los neumáticos, son totalmente inadecuados para hacer un viaje de este tipo y en este país.

Me despido del inglés y marcho a Rurrenabaque, a las puertas del Parque Nacional  Madidi. Me encuentro con una bonito pueblo con cierto aire turístico, cuyo atractivo principal son los viajes en barco por el río Beni. Recorro unos preciosos parajes, haciendo una parada exclusivamente para grabar el sonido atronador tan increíble que invade este lugar de la selva.

Al día siguiente me fijo una meta: dormir en La Paz. Y lo consigo. 14 horas en moto, pasando por Yucumo y la zona de Los Yungas, en plenos Andes bolivianos, dónde comienza a 4.700 m. de altitud la bien llamada “Carretera de la muerte”. Cuándo se rueda por este tramo, es inevitable pensar que el nombre está más que justificado. La vertiginosa y escalofriante bajada hasta Coroico, (en 64 Km., un desnivel de 3.600m.) no deja indiferente a ningún conductor. La carreterita se las trae. Es tan sumamente estrecha que no queda hueco para la moto cuando me cruzo con otro vehículo, y no digamos si se trata de un camión o autobús. Al mismo borde, hay precipicios de 200, 500m.?, parte de ella está como excavada en la misma piedra de la montaña, dejando huecos grandes en los laterales. Los paisajes son  de los que te dejan literalmente anonadado. Bruscos cambios de temperatura, que llegan prácticamente a congelarme el  sudor. Voy grabando en vídeo y hago fotos, pero no todo lo que quisiera, ya que hay que estar sumamente atento al camino, y por supuesto, es imposible parar un momento para gozar reposadamente de semejante maravilla. (Ver en www.youtube.com carretera de la muerte Bolivia).

Sábado 17 de Noviembre, son las 8 de la tarde y llego a las puertas del céntrico Hotel Victoria de La Paz. Mi aspecto no debe ser muy presentable. Literalmente la moto y yo estamos blancos del polvo acumulado en el camino.
Dos días paso en esta ciudad, con una caótica circulación y unos mercados callejeros sorprendentes, muy sorprendentes.

20 de Noviembre, con fuerte viento y 2ºC de temperatura, llego al lago Titikaka, a 3.830 m. sobre el nivel del mar, alojándome en el Hotel Macuquina Dora de Copacabana. Junto con el Salar de Uyuni, esta zona es la más turística de Bolivia. Y no es de extrañar dada la belleza del entorno. La Isla del Sol, Isla de la Luna, las famosas totoras navegando por el lago, además de las numerosas poblaciones indígenas asentadas a lo largo de la costa, hacen mágico a este lugar.

Ya bajando hacia el Sur, cruzo la ciudad de Oruro y pongo la vista en Potosí. No me puedo marchar de Bolivia sin visitar la mina de Cerro Rico. Las largas charlas mantenidas con gente en diversos puntos del país, hablándome, entre otros temas del trabajo minero, han aumentado  mi curiosidad por conocer más a fondo la vida en la mina. Encuentro a un chaval que me sirve de guía, y juntos pasamos casi tres horas dentro. Ayudados por una pequeña linterna nos adentramos en la más completa oscuridad por unos pasillos y huecos tan estrechos que apenas caben nuestros cuerpos, llegando a una profundidad de 1.800m. El chico me va explicando de forma muy detallada el día a día y los rituales que se viven aquí dentro. Compruebo la dureza del trabajo de estos hombres que  generación tras generación y en las mismas condiciones llevan trabajando en la mina. Aunque nunca olvidaré lo que he visto, la grabación que  realizo durante 58 minutos en el interior, servirá para demostrar que mi visita a este lugar, no me ha dejado indiferente. Sin duda, lo más impactante de todo mi viaje.

La fuerte lluvia parece que me quiere acompañar hasta la salida del país. Preparo los 10 bolivianos para pasar el último PEAJE (30 ó 40 habré pasado en total, unos con tranca, otros con cuerdas. Eso sí, todos por tierra y barro), en esta ocasión, ¡no me cobran! Gracias!
Un alto en la bonita ciudad de Tarija, donde soy recibido por la familia Morato. Mi amigo Jorge se encarga de “Margarita”, haciendo una necesaria revisión a fondo a la moto. Mi agradecimiento a esta generosa familia que me ha atendido fenomenal.

La última visita es a la casa de los Libertadores de América. En el pueblo de San Lorenzo. Aquí vivió “Moto” Méndez Arenas, conocido luchador boliviano, de padres españoles. Ante la sorpresa de que la madre del mencionado señor tenía el mismo nombre y apellidos que mi esposa, me llevo bastante documentación… seguro que mi mujer investigará el tema……..

Ya en la frontera de Bermejo, algo interior me hace detener la moto y mirar para atrás. Ahí, en ese país que ahora abandono, dejo 35 días de mi vida, que no me han dejado indiferente. Los recuerdos más importantes que llevo conmigo, no son materiales, ni se pueden comprar en ninguna tienda. Tampoco los puedo mostrar en  fotografías. Hay que vivirlo. El acertado slogan turístico del país, lo resume todo: BOLIVIA, LO AUTENTICO AÚN EXISTE.

En Argentina visito Corrientes, Laguna Mar Chiquita, Córdoba, Mar del Plata, La Plata….
Por fin, el 3 de Diciembre, entro a Buenos Aires con la alegría y satisfacción personal de ver culminado tan magno viaje. Antes de entregar la moto, me dirijo al Hotel Castelar, en plena Avenida de Mayo, dónde me alojaré por tres días. Una vez descargado el voluminoso equipaje, llega el momento de entregar a “Margarita”. El cuentakilómetros marca 12.832 Km. cuando me despido con cierta tristeza de la moto.  Las  anécdotas que no relato se quedarán entre “ella” y yo.

Ah!!!, Se me olvidaba contaros que compré mapas de Perú… ¿adivináis para qué?

Saludos.

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